A orillas de un lago y a la sombra de los cipreses y los sauces, el hijo de un granjero contemplaba las aguas quietas y silenciosas.
Se había sentido atraído por la Naturaleza, donde todo nombra al amor: donde las ramas se abrazan, las flores se atraen, la hierba se mece grácilmente, las aves se llaman unas a otras, y Dios predica su Evangelio a todas voces.
Era un joven que el día anterior había contemplado a una joven doncella en compañía de otras damas junto a aquel mismo lago. Se había enamorado de ella profundamente en el instante en que la vio.
Mas al enterarse de que era la hija del emir, culpó a su corazón por haber abierto las puertas. Pero la culpa nunca desvía al corazón de su propósito, ni la soledad aparta al alma de la verdad. Un hombre, entre su alma y su corazón es como un arbolillo entre los vientos del norte y del sur.
Al mirar alrededor de sí con obnubilados ojos, vio a las humildes violetas crecer junto al noble jazmín; vio posados en un mismo árbol al colibrí y al petirrojo. Sin embargo, el clamor de su corazón insistía en que las filosas hierbas que acechaban las raíces herían el árbol majestuoso.
Lloró de aflicción, pero las horas se desvanecieron como sutiles espectros.
-Lo que aquí veo es el amor mofándose de mí -dijo, con un suspiro suave y cariñoso-, convirtiendo mis esperanzas en pena y mis deseos en desgracia.
"El amor que venero eleva mi corazón hasta el palacio de su padre, el emir y lo hace descender hasta la choza del granjero; guía con firmeza hasta mi espíritu a una joven mujer rodeada de admiradores, servida por esclavos y protegida por la fuerza de sus antepasados.
¡A ti te sigo, oh amor!
"¿Qué pretendes de mí? He caminado de tu mano por el sendero en llamas, y al abrir los ojos no vi nada más que tinieblas. Mis labios vacilaron, pero tú sólo les dejaste pronunciar palabras de desdicha. Amor, tú has generado el ansia en mi corazón con la dulzura de tu presencia, pues yo soy débil y tú eres fuerte; ¿por qué luchas contra mí?
"Soy inocente y tú eres justo. ¿Por qué me oprimes?
"Eres mi propio ser. ¿Por qué me hieres?
"Eres mi fortaleza. ¿Por qué me debilitas?
"Eres mi guía. ¿Por qué me abandonas en este salvajismo?
"Estoy a tu merced, y no seguiré otro camino más que el tuyo. Es tu voluntad y mi obediencia lo que alegra a mi alma, ensombrecida a la intemperie por tus alas.
"Los arroyos corren presurosos hacia su amante, el mar.
"Las flores sonríen a su amado, el sol.
"Las nubes descienden a su pretendiente, el valle.
"Soy invisible para las flores, desconocido por los arroyos, ignorado por las nubes.
"Me siento solo, y lejos de aquel que no me acepta como soldado de la guardia de su padre, ni como siervo de su palacio; ella ignora mi propia existencia.
Permaneció en silencio unos segundos, como si quisiera aprender el lenguaje del murmullo del arroyo y el susurro de las hojas.
-Y tú, cuyo nombre temo pronunciar -dijo luego-, recluida tras las sombras de la gloria y los muros de la dignidad y las puertas de acero. ¿dónde podremos reunirnos sino en la Eternidad? Allá podremos expresar las reglas de la igualdad y la autenticidad.
"Te has apoderado de mi corazón a quien el Amor había bendecido, y has esclavizado a mi corazón al que Dios había honrado.
"Ayer vivía en paz y despreocupado en estos campos; sin embargo, hoy soy prisionero de mi corazón ausente.
"Al verte, oh Bella, comprendí el propósito de mi venida al mundo.
"Cuando descubrí que eras princesa y consideré mi pobreza, comprendí que Dios posee un secreto ignorado por el hombre; que un secreto sendero guía al espíritu hacia sitios donde el amor se despoja de las costumbres de la tierra. Al mirarte a los ojos, supe que ese sendero conduce a un paraíso cuya puerta es el corazón humano.
"Y al comparar tu condición con mi desventura, las vi como un gigante y un enano trabados en dura lucha, y advertí que esta tierra ya no es más mi patria.
"Ayer te vi rodeada de vírgenes, como una rosa entre los mirtos, y comprendí que esa visión me había sido concedida por los cielos. Pero conociendo la gloria de tu padre, descubrí que esas manos que cortaban la rosa pronto sangrarían a causa de espinas ocultas, vistas demasiado tarde, y lo que mis sueños me habían revelado se desvanecería con el despertar.
El joven se puso de pie y se dirigió lenta y tristemente hacia un manantial. Se cubrió el rostro con las manos, y clamó con desesperación:
-Oh; Muerte, ven y llévame que la tierra, cuyas espinas hieren a las rosas, no es justa; ven y líbrame de este reino de diferencias en un mundo que derriba al amor de su gloria celestial y la reemplaza. por hueca dignidad. Ayúdame, oh Muerte, porque la Eternidad es el único sitio. Allí aguardaré a mi amada.
Al atardecer aún vagaba en cuerpo y alma, y el sol ya había retirado sus rayos de los campos. Se cobijó bajo el mismo árbol junto al que la hija del emir había caminado.
Reclinó la cabeza en su seno, como si quisiera evitar el estallido de su corazón.
En ese momento una bella mujer apareció detrás de los sauces, arrastrando sus vestiduras por la hierba verde. Se le acercó y pasó su suave mano sobre la cabeza de él. Presa de la locura la miró fijamente, como negándose a creer lo que veían sus ojos. ¡Era la hija del emir!
Se hincó de rodillas como Moisés ante el arbusto en llamas; se esforzó por hablar, mas las palabras habían sido reemplazadas por las lágrimas.
La princesa lo abrazó y selló sus labios con un beso; secó sus lágrimas con sus mejillas, y con una voz más suave que los sonidos de la música le dijo:
-Has hecho aparición en mis sueños de tristeza y tu imagen ha puesto fin a mi soledad. Eres el compañero de mi alma extraviada, y la otra mitad que me fue arrebatada al venir a este mundo.
"He huido del palacio para verte, y ahora estás conmigo. No temas; he abandonado la gloria de mi padre para seguirte hacia tierras lejanas y para beber contigo de la copa de la vida y de la muerte. Huyamos de este sitio hacia otro donde esta tierra no esté junto a nosotros.
Caminaron uno junto al otro entre medio de los árboles, hasta que los ocultó la oscuridad de la noche. Muy pronto, un creciente destello de luz los envolvió. Entonces ya no temieron a la oscuridad, ni a los castigos de su padre.
En el extremo más alejado de la tierra, los soldados del emir hallaron dos esqueletos humanos. Del cuello de uno de ellos pendía un candado de oro, y junto a él había una gran piedra. Sobre cada uno estaba escrito:
Lo que la muerte toma
Ningún hombre puede restituir;
Lo que los cielos han bendecido
Ningún hombre puede castigar;
Lo que el Amor ha unido
Ningún hombre puede dividir;
Lo que la Eternidad ha deseado
Ningún hombre puede alterar.
Khalil Gribran
Se había sentido atraído por la Naturaleza, donde todo nombra al amor: donde las ramas se abrazan, las flores se atraen, la hierba se mece grácilmente, las aves se llaman unas a otras, y Dios predica su Evangelio a todas voces.
Era un joven que el día anterior había contemplado a una joven doncella en compañía de otras damas junto a aquel mismo lago. Se había enamorado de ella profundamente en el instante en que la vio.
Mas al enterarse de que era la hija del emir, culpó a su corazón por haber abierto las puertas. Pero la culpa nunca desvía al corazón de su propósito, ni la soledad aparta al alma de la verdad. Un hombre, entre su alma y su corazón es como un arbolillo entre los vientos del norte y del sur.
Al mirar alrededor de sí con obnubilados ojos, vio a las humildes violetas crecer junto al noble jazmín; vio posados en un mismo árbol al colibrí y al petirrojo. Sin embargo, el clamor de su corazón insistía en que las filosas hierbas que acechaban las raíces herían el árbol majestuoso.
Lloró de aflicción, pero las horas se desvanecieron como sutiles espectros.
-Lo que aquí veo es el amor mofándose de mí -dijo, con un suspiro suave y cariñoso-, convirtiendo mis esperanzas en pena y mis deseos en desgracia.
"El amor que venero eleva mi corazón hasta el palacio de su padre, el emir y lo hace descender hasta la choza del granjero; guía con firmeza hasta mi espíritu a una joven mujer rodeada de admiradores, servida por esclavos y protegida por la fuerza de sus antepasados.
¡A ti te sigo, oh amor!
"¿Qué pretendes de mí? He caminado de tu mano por el sendero en llamas, y al abrir los ojos no vi nada más que tinieblas. Mis labios vacilaron, pero tú sólo les dejaste pronunciar palabras de desdicha. Amor, tú has generado el ansia en mi corazón con la dulzura de tu presencia, pues yo soy débil y tú eres fuerte; ¿por qué luchas contra mí?
"Soy inocente y tú eres justo. ¿Por qué me oprimes?
"Eres mi propio ser. ¿Por qué me hieres?
"Eres mi fortaleza. ¿Por qué me debilitas?
"Eres mi guía. ¿Por qué me abandonas en este salvajismo?
"Estoy a tu merced, y no seguiré otro camino más que el tuyo. Es tu voluntad y mi obediencia lo que alegra a mi alma, ensombrecida a la intemperie por tus alas.
"Los arroyos corren presurosos hacia su amante, el mar.
"Las flores sonríen a su amado, el sol.
"Las nubes descienden a su pretendiente, el valle.
"Soy invisible para las flores, desconocido por los arroyos, ignorado por las nubes.
"Me siento solo, y lejos de aquel que no me acepta como soldado de la guardia de su padre, ni como siervo de su palacio; ella ignora mi propia existencia.
Permaneció en silencio unos segundos, como si quisiera aprender el lenguaje del murmullo del arroyo y el susurro de las hojas.
-Y tú, cuyo nombre temo pronunciar -dijo luego-, recluida tras las sombras de la gloria y los muros de la dignidad y las puertas de acero. ¿dónde podremos reunirnos sino en la Eternidad? Allá podremos expresar las reglas de la igualdad y la autenticidad.
"Te has apoderado de mi corazón a quien el Amor había bendecido, y has esclavizado a mi corazón al que Dios había honrado.
"Ayer vivía en paz y despreocupado en estos campos; sin embargo, hoy soy prisionero de mi corazón ausente.
"Al verte, oh Bella, comprendí el propósito de mi venida al mundo.
"Cuando descubrí que eras princesa y consideré mi pobreza, comprendí que Dios posee un secreto ignorado por el hombre; que un secreto sendero guía al espíritu hacia sitios donde el amor se despoja de las costumbres de la tierra. Al mirarte a los ojos, supe que ese sendero conduce a un paraíso cuya puerta es el corazón humano.
"Y al comparar tu condición con mi desventura, las vi como un gigante y un enano trabados en dura lucha, y advertí que esta tierra ya no es más mi patria.
"Ayer te vi rodeada de vírgenes, como una rosa entre los mirtos, y comprendí que esa visión me había sido concedida por los cielos. Pero conociendo la gloria de tu padre, descubrí que esas manos que cortaban la rosa pronto sangrarían a causa de espinas ocultas, vistas demasiado tarde, y lo que mis sueños me habían revelado se desvanecería con el despertar.
El joven se puso de pie y se dirigió lenta y tristemente hacia un manantial. Se cubrió el rostro con las manos, y clamó con desesperación:
-Oh; Muerte, ven y llévame que la tierra, cuyas espinas hieren a las rosas, no es justa; ven y líbrame de este reino de diferencias en un mundo que derriba al amor de su gloria celestial y la reemplaza. por hueca dignidad. Ayúdame, oh Muerte, porque la Eternidad es el único sitio. Allí aguardaré a mi amada.
Al atardecer aún vagaba en cuerpo y alma, y el sol ya había retirado sus rayos de los campos. Se cobijó bajo el mismo árbol junto al que la hija del emir había caminado.
Reclinó la cabeza en su seno, como si quisiera evitar el estallido de su corazón.
En ese momento una bella mujer apareció detrás de los sauces, arrastrando sus vestiduras por la hierba verde. Se le acercó y pasó su suave mano sobre la cabeza de él. Presa de la locura la miró fijamente, como negándose a creer lo que veían sus ojos. ¡Era la hija del emir!
Se hincó de rodillas como Moisés ante el arbusto en llamas; se esforzó por hablar, mas las palabras habían sido reemplazadas por las lágrimas.
La princesa lo abrazó y selló sus labios con un beso; secó sus lágrimas con sus mejillas, y con una voz más suave que los sonidos de la música le dijo:
-Has hecho aparición en mis sueños de tristeza y tu imagen ha puesto fin a mi soledad. Eres el compañero de mi alma extraviada, y la otra mitad que me fue arrebatada al venir a este mundo.
"He huido del palacio para verte, y ahora estás conmigo. No temas; he abandonado la gloria de mi padre para seguirte hacia tierras lejanas y para beber contigo de la copa de la vida y de la muerte. Huyamos de este sitio hacia otro donde esta tierra no esté junto a nosotros.
Caminaron uno junto al otro entre medio de los árboles, hasta que los ocultó la oscuridad de la noche. Muy pronto, un creciente destello de luz los envolvió. Entonces ya no temieron a la oscuridad, ni a los castigos de su padre.
En el extremo más alejado de la tierra, los soldados del emir hallaron dos esqueletos humanos. Del cuello de uno de ellos pendía un candado de oro, y junto a él había una gran piedra. Sobre cada uno estaba escrito:
Lo que la muerte toma
Ningún hombre puede restituir;
Lo que los cielos han bendecido
Ningún hombre puede castigar;
Lo que el Amor ha unido
Ningún hombre puede dividir;
Lo que la Eternidad ha deseado
Ningún hombre puede alterar.
Khalil Gribran
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